Juan José Antequ..

El adalid medieval hizo pintar en su escudo signos de fácil interpretación,
como los injustamente denostados muebles parlantes, o maravillosos o
abstractos como los provenientes de dar color a la escarbucla o estructura
metálica que refuerza el exterior y ensambla las tablas de madera que daban
forma al escudo, originando las piezas fundamentales del blasón. El luchador,
presente en batallas y en justas y torneos (a veces adoptando armas
caprichosas, ajenas a las familiares, para evitar la vergu¨enza de la estirpe
si era derribado), plasmó su patrimonio simbólico (signo parlante de su
apellido, proeza militar...) en su escudo y en otros soportes para poner en
sobreaviso al adversario sobre la calidad de quien le hacía frente,
contribuyendo a quebrantar su moral y, desde luego, para facilitar su
identificación y favorecer la obediencia y el socorro al quedar resguardado su
anonimato bajo la celada y el nasal. Del mismo modo, las milicias concejiles
-el oficial al mando según cada fuero particular- levadas por señorío o
realengo llevaban las armas de quienes las mandaban o las propias, ganadas en
refriegas campales, defendiendo cercas o manteniendo huestes. En la
actualidad, como en el caso de la heráldica oficial de la provincia de Córdoba
(España), los escudos son embajadores pacíficos de particularidades e
idiosincracias.

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Detalles del producto

  • Limitaciones: Compartir: Permitido según las limitaciones (6 Dispositivos)
  • Editorial: FACEDICIONES
  • Paginas: 462
  • Edición: 2012
  • Idioma: Español
  • Materias:
    • Formato: PDF
    • ISBN: 9788499863566

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